El amigo de siempre de los toros, no el advenedizo sino el aficionado que paga, viene a ser una suerte de sujeto ilusionado cuya chispa se enciende al calor de los primeros carteles anunciados del invierno, con un fuego que va decayendo a medida que empresarios, carteles, resultados y ganaderías lo van apagando con un extintor duro en los meses siguientes, y con una chispa que arde de nuevo cuando la temporada va a acabar allá por septiembre y octubre. Este amigo verdadero vive acaso obnubilado con los éxitos de antaño y que reverdecen en su cabeza bien amueblada con dos, tres o cuatro faenas de la última temporada. Y no es crítica: pon en la coctelera las faenas de Morante en Sevilla, un par de tardes de Juan Ortega, un inicio de faena de Aguado, varias tardes de Daniel Luque, alguna de Urdiales a final de temporada y la de Borja Jiménez en Las Ventas. Con esta coctelera de somníferos beméficos, el buen amigo, el buen aficionado ya se echa a dormir, a soñar, a descansar.
Y así estábamos: soñando en la paz de unas faenas, haciendo calendario, agenda y presupuestos: que si Daniel Luque irá aquí, que si Morante allá, que si José Tomás se ha puesto delante de una vaca. Benditos sueños. Fuera, amigos nuevos y enemigos a lo suyo: los amigos políticos haciendo el indio por Ferraz (del PP no se sabe nada y los aficionados del PSOE no se atreven a manifestarse). El caso es que un día de enero, antes de los Reyes, apareció el nuevo ministro de Cultura: un tal Urtasun. Se mueve y habla con diligencia. Con arrogancia. Tanta que va a convencer a muchos en lo que sea. Da igual que hable del Prado, que podrá verse en fascículos, de España como vestigio colonial (lo que hay que oír) o de la tauromaquia. El tío va a toda mecha. No pierde fuelle. Y tiene amigos, y muy buenos, y bien organizados. Ha hablado tan rápido, de manera tan clara que nos hemos quedado tiesos. Como el soldado inexperto que tira una granada al búnker y, mira por donde, acierta a la primera a meterla por el agujero. En ese búnker estamos nosotros, los amigos de la tauromaquia: hemos visto llegar al soldado, hemos admirado su agilidad y su destreza, aunque inconsciente, y finalmente hemos visto caer la granada. Quedan segundos para el estallido. Pero qué despacio torea Juan Ortega...
David Ferrer. Enero de 2024
Emblema de la tauromaquia contemporánea y omnipresente durante 25 años, El Juli anuncia inteligentemente su retirada.
Un texto de David Ferrer, 2023.
En 2003, hace 20 años, terminó El Juli segundo del escalafón. El primero fue César Jiménez, prometedora estrella que fue declinando rápido. Un triunfo en Madrid te permitía eso. En sus primeros años como matador lidió más de 100 corridas (132 nos indica el escalafón de 1999). Si esto no es romper el teorema de Buchdahl, que venga otro físico y nos lo arregle. La edad y las ferias han ido retirando a unos y a otros: Ponce lo hizo por la puerta de atrás, José Tomás por la exclusividad de torear una al año. Quedan unos pocos supervivientes más antiguos en activo: Uceda, El Cordobés, Antonio Ferrera, Curro Díaz, y Morante de la Puebla, que es caso aparte, y otro teorema muy distinto. Pero El Juli no ha tenido esos altibajos, no ha ido y venido, ha sido una constancia de hambre de triunfo, sed de puertas grandes, de arrebato y de cabreo.
Es probable que otros toreros, como el caso de Morante, tengan más fantasmas en su cabeza, más displicencia algunas tardes, menos hambre, menos sed. Mucha más genialidad. Y aunque El Juli se ha atemperado y en los últimos años lo hemos visto trazar la verónica con una despaciosidad inaudita en su carrera, a medida que su rostro iba perdiendo el ángel de la niñez que antaño tuvo, no ha sido nunca la opción estilística y de quejío su preferida. El Juli venía siempre a arrasar con el teorema citado, a romper los límites gravitacionales, a quebrar las estadísticas por cualquier lado.
El niño precoz ha concebido su carrera como ha querido, para bien y para mal. Ganaderías selectas, carteles cerrados. Pero esa precocidad le ha dado la inteligencia de la vida, la de saber retirarse en el momento y en el año perfecto. Son 25 años. Está haciendo buenas ferias, puertas grandes. Seguir un año más sería aventurarse a lo inesperado. A que las leyes relativas de la física, de la edad y de los despachos lo sitúen en el sitio postrero que nunca ha querido. Julián se va como quiere. Mandando. Enhorabuena.
David Ferrer. Julio de 2023.
¿Cuál es el misterio de Antonio Ferrera? Probablemente es el torero que en las últimas décadas ha tenido una mayor evolución.
Fotografía: Antonio Ferrera, de espaldas en primer plano, y José María Manzanares en Salamanca.
Un texto de David Ferrer, 2023.
El 5 de octubre de 2019 la plaza de Las Ventas casi se llena para que unas cuantas mariposas bordadas se desprendiesen creativamente de un terno blanco. Fue una de las tardes más intensas que se recuerdan: variedad de toreo de capa, andarle a los toros, estar pendiente en todo momento de la lidia y, al menos, tres faenas de intensidad y belleza indescriptible. Agotado, desmadajado, con el espíritu lleno y el cuerpo exhausto, Antonio Ferrera salió a hombros aquella tarde como colofón a unas temporadas de búsqueda en sí mismo, de ahondar en el propio toreo, de sentirse el más puro, como su querido maestro José María Manzanares.
Si en 2007, 2012 me hubieran dicho que iría a una plaza de toros solo por el nombre de Antonio Ferrera, lo habría negado todo. Pero desde 2017 es uno de los primeros nombres que miro en cada feria. Tanto como a Morante, como a Juan Ortega. Cómo me gustaría ese cartel. Pero algo se quebró desde la pandemia, que en general nos vino mal a todos, pero que a algunos toreros los trató como las puertas de Jano: o como punto de partida o como puerta de retirada. La temporada de 2022 ha sido extraña para un nombre como Antonio Ferrera. Bien en cuanto a número de festejos (tercero en el escalafón) pero en un tono menor en las plazas que lo contratan y en la calidad de los carteles.
¿2023? Una ruptura con su apoderada y amiga Cristina Sánchez deja esta temporada con una incógnita: un triunfo en Castellón, mala suerte con los Miura en Sevilla, algunas plazas pequeñas, ausente de Valencia y de Madrid. Parece que se cuenta con él en Burgos y Pamplona. Y numerosas actuaciones en la América taurina, donde parece que se siente cómodo.
Volvamos hacia atrás. A esas tardes de gloria en Salamanca, en Palencia o en Madrid. Yo quiero a ese Antonio Ferrera. De andares parsimoniosos, de gestualidades casi teatrales, de una estética al servicio del toreo que ha llevado años esculpir; pero de una ética cosida en cada uno de los costurones que inundan su cuerpo.
Este es un artículo que no va a salir en ningún medio grande.
Este texto es una alabanza a la grandeza de un torero del que callan algunos despachos y algunos periodistas.
La soledad sonora es un verso de San Juan de la Cruz. Aquel frailecillo pequeño, de una capacidad literaria inigualable y que tuvo que despeñarse, herirse la piel para defender su verdad. Todo en Juan de la Cruz es a la vez inquietante y bello. Como la soledad sonora. Antonio Ferrera es un torero solitario, y más en estos tiempos. Ferrera torea en silencio y expresa más de lo que dice.
Antonio Ferrera es tan necesario como el silencio. Como la soledad. Tan sonora.
David Ferrer. Mayo de 2023.
No ha conseguido trofeos. No abrió la Puerta del Príncipe. Pero azuzó a Morante y nos dejó esa lentitud conmovedora. No tenemos prisa. Pero yo tengo un deja vu.
Fotografía del torero de José Aymá para El Mundo.
Un texto de David Ferrer, 2023.
Ha sucedido en abril de 2023. Verónicas acompasadas, ralentizadas, tan leves como una pluma que cae del cielo. ¿Y cuál es el misterio desconocido para que Juan Ortega no rompa, no triunfe?
A un torero así se le espera. Sin prisa. No es cuestión de una temporada, ni siquiera de dos. O cinco. Hace unos años, todavía antes de la pandemia, se anunciaba a este torero en Madrid en esas tórridas tardes, tan tradicionales y hoy tan desérticas, del quince de agosto. Es difícil llegar a la media plaza en esas condiciones pero aún así, acudieron más aficionados de la cuenta porque venía un tal "Juan Ortega". Madrid en el fondo no es tan diferente de Sevilla. Tampoco hubo redondeo ni triunfes pero sí momentos especiales. Algo oculto.
La tarde en Sevilla el 26 de abril es extremada e inusualmente calurosa. Juan Ortega espera junto al burladero la salida de su primer toro. Mira hacia abajo con el capote enhiesto como un parapeto pero el torero se oculta, se toca la cara en un gesto de nerviosismo. Baja el mentón con timidez. ¿Quién puede saber lo que vendrá ahora? Es fuego la tarde pero blanco tirando a rosa palo el vestido. Apenas quedan segundos para que salga el toro pero la tauromaquia es la única de las artes que no tiene posibilidad de ensayo hasta que salga el toro. Habrá entrenamientos, toreo de salón, tentaderos. Pero la verdad se realiza en un minuto con un animal incierto delante. Y si este quiere. Y si el torero puede. Acoplarse por ello es tan difícil. Recibe al toro Juan Ortega: hay un primer enganchón en el primer lance. ¿Podrá esta vez? Sí, ha sido falsa alarma. Y desde aquí se suceden cinco lances, cadenciosos, más lentos que este texto, que se cierran con una media. Juan Ortega ha podido. Hay música. Hay palmas. Hay que sacar al toro. Por delantales. Fijémonos en las manos. Fijémonos en la figura. Hay uno o dos para el recuerdo. Tras el segundo pullazo, entra Morante arrebatado por chicuelinas y responde Ortega. Debe hacerlo. De nuevo las verónicas. Y una chicuelina que viene de lejos desde Triana. Enroscado, cubriendo la delgada desnudez del traje blanquirosáceo.
Si la corrida hubiera terminado con ese todo, los espectadores habrían salido hablando de ello. Pero hubo mucho y bueno.
Al analizar los episodios de deja vu, Remo Brodei (Pirámides de tiempo, editorial Pre-textos) dice que el "recuerdo en caliente es también una interpretación y que, si hace falta, se reescribe varias veces como un palimpsesto". El espectador de la tauromaquia ve en directo la perfección y le faltan palabras para describirlo. Casi una semana después, cada espectador incorporará su propia interpretación a cada una de las verónicas de Ortega, a cada uno de sus delantales. No existe el tiempo en el toreo de capote porque pervive de una manera etérea durante días, semanas, meses, años. ¿Cómo pervive? Si habláramos de una canción popular, incluso de un aria de ópera, podría entonar aquí y ahora unos compases. Si se trata de una arquitectura perfecta, tengo en mente las líneas generales del Duomo de Milán y sus agujas. Si de un cuadro, recuerdo una gama de colores, un ademán, un rostro en un cuadro de Caravaggio. Cuando hablamos de una obra maestra en el capote recuerdo, sin necesidad de poner el video de nuevo, sobre todo la lentitud, unos fogonazos en movimiento.
Se tarda más en escribir este texto que en ejecutar una verónica.
Este texto va al olvido.
La media. El delantal. La chicuelina. La mano sobre el capote. La cintura. El tiempo.
Deja vu. Debo de haberlo vivido.
David Ferrer.